Antes de que se haga tarde, corre, corre hacia el verde, huye de este amarillo cantoso, que se mezcla e invade toda la habitación, estira la mano e incluso alcanza el pestillo, lo echa y así pretende que te duermas de una vez. Tú, que has visto los demás, desesperas. El rojo, por ejemplo. El rojo te dijo que no te metieras, que prestases atención a aquella palabra subrayada, y te dijo la nota de tu primer examen y de tu último examen. El azul te hizo algún otro regalo y te permitió coger un autobús. El naranja siempre estuvo al margen de tu vida, pero nunca le caíste mal, ni él a ti tampoco. Pero ahora tienes este amarillo. Este amarillo cantoso, que se mezcla e invade toda la habitación. Este amarillo soledad que para más inri te habla con pretéritos, como si todo hubiese sucedido ya. Como si el mundo hubiese terminado y no fuera a haber otro, como cuando acaba la peli en la última sesión del cine. Este amarillo cabrón, que chilla y se te pega al cuerpo y que no te deja respirar.